Por Sebastián Carapezza
Definirla solamente como periodista o poeta sería una mezquindad. Luisa Peluffo escribió notas, novelas, cuentos, poesía y obras de teatro. Radicada en Bariloche hace 45 años, publicó una decena de libros, fue premiada en incontables ocasiones y desde este lugar al sur del mundo, vibró, se emocionó y escribió para contarlo.
Cuando definimos que nuestra siguiente entrevistada para este ciclo iba a ser ella, entendí que iba a conocer a uno de los faros ineludibles del mundo de las letras y la poesía de la Patagonia. Que iba a encontrarme con una inmensa escritora que, también, llevó adelante talleres literarios (o de “escritura”, como a ella le gusta decir), donde pulió, empujó, incentivó a docenas de escritoras y escritores de estas tierras. Entonces pensé (y confieso que me encantó la idea) que iba a poder ver su biblioteca, mientras tomaba un café en su casa céntrica de Bariloche.
Habíamos coordinado un encuentro personal con día, horario y dirección definida, pero finalmente decidimos cambiar la modalidad de la entrevista por resguardo a la pandemia que estamos soportando. No pudimos vernos en persona, ni conocí su hogar, ni compartimos café alguno, pero pude encontrarme con ella vía virtual, y preguntarle al inicio de un extenso cuestionario qué recuerda de la primera vez que conoció Bariloche.
“La primera vez que llegué a Bariloche fue acampando durante un verano lejanísimo, a fines de los ’50… Me fascinó la limpidez del aire. La transparencia y la inmensidad del Nahuel Huapi. La piedra, la madera, los bosques. También el hecho rarísimo de que, salvo los tábanos, no había insectos. No existían. Y años después cuando con Pablo, mi marido, nos vinimos a vivir a Bariloche, la decepción o más bien el impacto, fue tomar conciencia de la discriminación hacia los descendientes de los primeros habitantes de esta región. Los descendientes de mapuches y tehuelches eran discriminados y estaban silenciados, avergonzados de sus orígenes y de su lengua de tradición oral, el mapudungun, que no se animaban a transmitir a sus hijos. Algunas mujeres de mis cuentos y novelas estuvieron inspiradas en mujeres que conocí y por quienes siento inmenso cariño y admiración. Las palabras de su lengua y las voces de sus ancestros habitan esta región y aparecen también en mis poemas. Hoy día los conflictos persisten, sobre todo los relacionados con la pertenencia del lugar, de la tierra”.
Luisa y su pareja finalmente se radicaron en Bariloche en el año 1977, momento en el que reinaba la dictadura en el país y se respiraba un ambiente opresivo en cada situación cotidiana, en cada hecho social y cultural. Le pregunto entonces de qué manera piensa que ese contexto se filtró en los textos de esa época.
“Donde primero aparece el tema y la atmósfera de la dictadura es en “Todo eso oyes” mi primera novela. La empecé a armar en 1984, ya en democracia, en base a unos apuntes que tenía. Y que el tema y la atmósfera que mencionás aparezcan en esta novela no es casual, porque antes de Alfonsín, obviamente, no se podía escribir sobre la dictadura. Tal vez por eso, pienso ahora, ni los poemas de “Materia Viva”, publicados en 1976 -con un bellísimo prólogo de Enrique Pezzoni– ni los cuentos de “Conspiraciones”, publicados en 1982, plantean el tema, por lo menos de manera explícita. Pero la atmósfera de la dictadura está presente y es parte de la trama también en la novela “Nadie baila el tango” de 2009. Y en algunos cuentos de “Se llaman valijas”. Y también en “Si canta un gallo” mi única obra de teatro premiada y publicada por el Instituto Nacional del Teatro con Griselda Gambaro, Alejandro Finzi y Patricia Zangaro como jurados. De hecho, tanto las novelas como la obra de teatro están incluidas en diversas publicaciones referidas a esa etapa, como la “Antología de teatro rionegrino en la post-dictadura” editada por la Universidad Nacional de Río Negro.
Me imagino esta ciudad de Bariloche en aquel entonces, con la mitad de la población que la actual, con los barrios periféricos mucho más cercanos y con una incipiente actividad cultural que se iba armando como un rompecabezas, de la mano de los nuevos vecinos que llegaban de diferentes latitudes con inquietudes y saberes de los más diversos. Intrigado consulto al respecto: ¿cómo eran los encuentros literarios de esos años, con la dictadura aun vigente en el país?
“Me acuerdo que cuando conocí a Graciela Cros y a Manuel Bendersky (que habían llegado a Bariloche antes que Pablo y yo) dijimos “bueno y por qué no nos juntamos en algo como una peña”… y nos empezamos a juntar en pleno 1977 en nuestras casas, en el barrio Melipal: venían amigos, gente que conocíamos, pero había estado de sitio y empezó a caer gente que no conocíamos y sentimos miedo. Creo que nos reunimos cuatro o cinco veces y después la cortamos. No había redes sociales. Ni correo electrónico. Ni teléfono satelital. Si querías hablar con Buenos Aires tenías que pedir comunicación a una operadora que escuchaba todo lo que hablabas. Los diarios llegaban al mediodía a Bariloche y no informaban absolutamente nada”.
Desde que fue tomando cuerpo esta entrevista con Luisa, pienso en su casa, en su lugar de trabajo, en qué libros tendrá en sus estantes y qué dimensión tendría su biblioteca. Sin embargo, lo que más me intriga es su jardín, hábitat natural que mereció más de un texto en Conspiraciones, cuya primera edición fue publicada en 1982.
“Nuestro jardín está separado del de los vecinos por un cerco bajo de madera, que ideó mi marido, y que a ellos nunca les gustó. Nuestros vecinos se ocupan personalmente del arreglo de su jardín. Cortan el pasto, podan, plantan, escarban la tierra, sacan yuyos, injertan y transpiran. Esto nos avergüenza porque nosotros no poseemos esa voluntad de trabajo, ni deseos de dedicar tanto tiempo a esa maligna rutina. Por lo que, cada tanto, viene a casa un hombre llamado Gallardo, quien se ocupa de esos menesteres, y deja nuestro jardín impecable, más lindo que el de los vecinos. Todo lo que planta Gallardo, y en la época que sea, crece. Un misterioso radar le informa acerca de los caprichosos vaivenes del tiempo…”, detalla en su cuento “Nuestro Jardín”.
En esta obra Graciela Cros ya advertía en la contratapa sobre “el lenguaje cuidado, sobrio, rico en matices, una prosa delicada, rápida o morosa según la exigencia interna del relato, pero siempre equilibrada, una temática original, diversa, cambiante y un oficio sólido, sin tropiezos, que da a los cuentos ese tono inconfundible del texto sobre el que el escritor vuelve una y otra vez hasta considerarlo vivo, libre”.
Dentro del plan de difusión y divulgación de su obra editada, el Fondo Editorial Rionegrino realizó un convenio con el Ministerio de Educación de la provincia (junto al Plan Provincial de Lectura), a través del que fueron distribuidos en una primera etapa 7 títulos para todas las bibliotecas de las escuelas secundarias rionegrinas. Entre esos libros estuvo Conspiraciones editado por el Fer en 1989 (2da edición). El convenio implicó, además, la digitalización de los libros a fin de promover y garantizar la posibilidad de su lectura a todos y todas los/as jóvenes estudiantes.
¿Qué importancia encontrás en la digitalización de una obra como Conspiraciones?
Yo agradezco especialmente al Fondo Editorial Rionegrino la reedición que hizo de estos cuentos en 1989. A través de esa reedición el libro tuvo mucha difusión y llegó a las bibliotecas populares y también a las bibliotecas escolares. Pero hoy día la digitalización es otra herramienta importante, porque como bien dijo Alfredo Arias, esta pandemia nos ha mandado de una patada al futuro.
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Ahora Peluffo responde en tiempo presente y explica que está convencida de que procesa “todo, o casi todo, leyendo y escribiendo. La literatura es memoria, es música, es ritmo, es juego, es inventiva, es humor”. Cuenta que a la hora de escribir prefiere el silencio, salvo cuando escribió “Nadie baila el tango” porque necesitaba escuchar los tangos tocados al piano por Arminda Canteros.
Le pregunto cómo se lleva con el clima patagónico. “Me gusta el invierno y el frío. En una época hasta esquié. No tengo problema con los turistas, pero me da pena que la gente en general no cuide las playas, los bosques, que dejen basura tirada…”, detalla.
Indago de qué manera se cuelan los personajes e historias de la región en su obra. “No sé cómo sucede, yo simplemente escribo. Dejo que surjan las cosas poniendo en escena la disparidad de voces: la voz de una porteña que se radica en la Patagonia, la voz de un nenito, la voz de una mujer de ascendencia mapuche…”, responde poniendo al contexto en escena.
¿Creés entonces que existe una cultura rionegrina propiamente dicha? ¿Qué obras patagónicas merecen una distinción?
Creo que sobre todo existe una cultura patagónica. Un personaje de mi cuento “Nosotros” dice: “…Río Negro es una provincia disparatada producto del día en que un milico atacó el mapa con un lápiz y una regla y empezó a fabricar provincias patagónicas porque aquí estamos tan lejos de Viedma, que es nuestra capital, como de Buenos Aires…”.
Respecto a las distinciones la obra de Irma Cuña, de Anahí Lazzaroni, de Graciela Cros. La obra poética de Luciana Mellado y su investigación académica especialmente orientada a la producción de la Patagonia. Y me interesa mucho la poesía que escribimos las mujeres en Río Negro, en este aspecto es valiosa y reveladora la reciente edición por parte del FER de la antología “Transversal” compilada por Graciela.
¿Qué películas recomendás para acompañar este invierno patagónico?
Sin ningún pudor recomendaría las películas de mi hijo Ignacio Masllorens: “Pablo Dacal y el misterio del Lago Rosario”, “Historia de una casa”, “Hábitat”, “Japonesita”, “Martin Blaszko III”, y “Escribir desde el sur del mundo”. En esta última película que trata sobre mi obra, trabajé con él y fue una experiencia lindísima. Ya había trabajado con Ignacio, colaborando en algunas de sus películas. Y la experiencia de presentar “Escribir desde el sur del mundo” en el Festival Biarritz Amérique Latine y el año pasado en el Festival Audiovisual Bariloche fue muy gratificante. Y ahora sigo trabajando, concretamente, en el guión de uno de los cuentos de “Se llaman valijas” que él va a filmar.
En este último trabajo sorprenden las imágenes de diferentes cumbres y montañas. ¿De qué manera te interpelan?
El bosque, las montañas, el lago y sobre todo la estepa también son paisajes interiores. Yo no sería la que soy si no me hubiera venido a vivir a Bariloche en 1977 (tengo más años de rionegrina que de porteña). Y, salvo mi primer libro de poemas, aquí me asenté y seguí escribiendo y creo que hay vivencias que de alguna manera se trasladan a la escritura.
Juan Rulfo describe al entorno y contexto de su obra con un paisaje durísimo, crudo. ¿Encontrás algún punto de contacto con los paisajes que afloran en la línea sur?
Totalmente, por eso y porque soy admiradora incondicional de sus dos únicos libros (lo bueno si breve dos veces bueno) fue un referente muy importante cuando escribí “Todo eso oyes”. Cuando Emecé estaba por publicar esta novela no le convencía el título original que era “De Árbol Tonto y Manos Vacías”, los dos nombres ficticios de los lugares en que se desarrolla la trama. Finalmente Juan Forn, el asesor editorial, me sugirió “Todo eso oyes” que es la última frase del epígrafe de Juan Rulfo que yo había elegido para la novela.
Inmediatamente después de leer la novela él me escribió: “tiene una naturalidad narrativa maravillosa: fluye. Noto un atractivísimo cruce del mejor Puig y el primer García Márquez (coronel no tiene..., etc) que me parece muy original como propuesta y resolución”. Y en la presentación dijo algo que para mí es clave: “Todo eso oyes” es una novela epistolar, pero de una rara forma de contacto epistolar, casi diría que es una potenciación de dicho género. Toda carta que uno escribe está dirigida, en realidad a uno mismo, a esa parte de nosotros que siempre piensa en nosotros desde afuera. Cuando escribimos cartas no pensamos en el futuro, y el destinatario aparente de toda carta está en el futuro, al final de una larga cadena formada por la escritura de la carta, el trayecto hasta el buzón, el viaje a través del correo y la lectura que hará el destinatario de esa carta.
En realidad, es a nosotros a quien nos escribimos en ese momento, a esa parte de nosotros que siempre piensa en nosotros desde afuera. No por nada el cine nos ha acostumbrado a que los redactores de cartas y de diarios íntimos siempre elijan el tocador para sentarse a escribir: porque en el tocador hay un espejo. En otras palabras, el género epistolar es especular. Si a eso le sumamos el detalle, en Todo eso oyes, de la inexistencia progresiva de Peñafiel primero y de Ciriaco Larra después, la ecuación termina de cerrarse.
Un buen entrevistador, argumenta el periodista Jorge Halperín, “es aquel que sabe poner el cuerpo en la conversación, el que administra climas, y diálogos de manera que ellos permitan hacer emerger con claridad al personaje”. Así es como ante la imposibilidad de tener una charla en persona con Luisa, necesité leer su vasta obra, conocer su pensamiento a través de otras entrevistas, indagar a colegas y conocidos acerca de su persona y su trabajo constante en el mundo de las letras. Los denominadores comunes de la información recolectada son varios y quizás se puedan centrar en dos ejes: es una de las grandes poetas de la Patagonia; fue (y es) formadora e impulsora de varias generaciones de escritores y poetas que ya han tomado vuelo propio. También sostuvo en el tiempo talleres en organizaciones culturales y escuelas de arte municipales.
Al respecto le pregunto cómo fueron los procesos de aprendizaje en cada caso y si cree que se modificaron con el tiempo. “Para empezar dejé de llamarlos taller literario porque pienso que cubren un espectro más amplio. Los llamo taller de escritura, porque la ejercitación que propongo también es útil para otras ramas de la escritura como el periodismo o la crónica. Los talleres de escritura abren caminos. Con la gente de El Brote , trabajé dos años y utilicé exactamente los mismos ejercicios y consignas que para los talleres de la Llave”.
Además sos escritora y periodista. ¿Cómo se incorporan cada una de estas profesiones a tu ser?
Trabajé hace mucho en un periodismo que no tiene nada que ver con el actual porque no existían las redes sociales ni la computadora… Pero hay algo que creo que es igual: el hecho de que el periodismo es fascinante por sí mismo, por su inmediatez con las noticias, por la investigación que implica (hoy facilitada por google), por las personas que tenés oportunidad de conocer, por el entrenamiento a que te somete: claridad, concisión, etc. Pero al mismo tiempo eso distrae mucho. Por lo menos a mí me distraía y llegó un momento en que necesité alejarme. Para escribir lo que me interesa yo necesito concentrarme, tener la posibilidad de apartarme un poco de toda esa vorágine.
Trabajaste en la revista Panorama con Juan Gelman y Paco Urondo. ¿Algún recuerdo significativo para socializar?
En Panorama trabajé como “notera” a fines de los ’60. Éramos quienes todavía no redactábamos la nota final, pero teníamos que reunir toda la información para una nota sin notebook (no existían) y obviamente sin google, wikipedia, mail, nada. Entonces había que ir a los archivos de los diarios y hacer las entrevistas sin grabador, que era un armatoste enorme. Y después resumir todo para que el redactor, que tenía que concentrar eso en una columna, no se volviera loco.
Éramos tres mujeres en esa redacción, otra notera más y una sola redactora, el resto todos varones. A Gelman lo veía de lejos, era el secretario de redacción y estaba siempre como aparte, en su oficina. Al que conocí más fue a Paco Urondo, en parte porque casi siempre me tocaba hacer los informes de sus notas y también porque él lo conocía a mi hermano y estaba fascinado con la colección de tangos de orquestas viejas que tenía (no existía spotify). Creo que por eso me tomó simpatía y tuvo paciencia con mi situación de novata en el oficio, yo tendría 26 años…
Paco era un tipo muy simpático, muy seductor. Muchas veces me ayudó cuando tenía que buscar información o hacer entrevistas, pasándome datos que me podían servir. A veces cuando le tenía bronca a alguien que tenía que figurar en su columna le escribía mal el nombre a propósito. Yo me indignaba porque parecía que me había equivocado en el informe, pero era imposible enojarse con él, se mataba de risa.
Cuando supo que escribía poemas (se enteró porque participé y gané un concursito organizado por una librería de la zona) enseguida me pidió que se los lleve, pero yo era re principiante y me dio vergüenza. Fue una época increíble. En otro piso del edificio estaba la redacción de la revista Claudia (eran todas publicaciones de Editorial Abril) y allí trabajaba como redactora Olga Orozco. A ella sí le llevé mis engendros poéticos, no tuve más remedio porque estaba en pareja con un hermano de mi padre y se los llevé aterrada, porque Olga ya era reconocida como una extraordinaria poeta. Pero le gustaron y me alentó a seguir.
Desde el comienzo mi vínculo es con la poesía. De ahí arranca todo. Un poema de mi libro “Un color inexistente” cita a Marguerite Duras: “Lo desconocido que uno lleva en sí mismo: escribir, eso es lo que se consigue. Eso o nada”. Y también lo que anotó Clarice Lispector: “Escribir es tratar de entender, tratar de reproducir lo irreproducible”. Sobre mis poemas escribió Tununa Mercado: “Los poemas de Luisa Peluffo son cuerpos sobre la página, pequeños encierros de forma y de sentido; uno los ve ceñirse a sus contornos como si sólo así pudieran arraigaren el blanco, despojados y perfectos. El suyo no es sólo un arte poética sino una interrogación a la poesía…”
Luisa no le escapa a ningún tema. Le pregunto si es más reconocida en el exterior que en Argentina. Me contesta que no sabe y que tampoco le importa demasiado. También que le importa mucho más la obra, que la vida personal de cualquier artista: “Las obras son las que en algunos casos me llevan a indagar sobre sus creadores”, concluye.
Reconoce que la lista de cosas que la indignan es larga: “las dictaduras, las injusticias, la discriminación, la prepotencia, la corrupción, la burocracia…”. Pero más extenso es el rico vocabulario, inagotable que tiene su obra. Ella considera a la literatura como su cable a tierra, su eje, y confiesa que su mayor penuria sería no poder leer o escribir por algún motivo. Toda una declaración de vida de esta enorme autora que, a partir de su experiencia, compuso un manual de superviviencia -en la crónica Me voy a vivir al sur (2010)- dedicado a quienes recién llegaban a instalarse a estas latitudes.
Vivir en la Patagonia influyó indudablemente en varias de sus obras. Recibió el Premio Emecé 1988/89 por la novela Todo eso oyes (Emecé,1989); en 1996 el Primer Premio Regional de Narrativa-Región Patagónica y Premio Especial “R. Rojas” por la novela La doble vida (Atlántida,1993). En 2001 fue finalista en el Premio XIX Herralde de Novela y mereció el Premio Único a Novela Inédita del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (Bienio 2000/01) por la novela Nadie baila el tango (2009). Ha publicado los libros de cuentos Conspiraciones (Fondo Editorial Rionegrino, 1989) Se llaman valijas (2012) y la crónica Me voy a vivir al sur (2010) en la que comparte su experiencia.
Su obra poética está integrada por los libros Materia viva (1976) Prólogo: Enrique Pezzoni); Materia de revelaciones (1983); La otra orilla, 1°Premio Regional de Poesía Fondo Nacional de las Artes (1991); Un color inexistente, XVIII Premio Carmen Conde de Poesía de Mujeres, en España (Torremozas, 2001) y foto grafías (2014).
Obra editada: